Por Javi Alfonso.

Estoy viendo una escena, en una película, una serie o un montaje teatral. Algo falla, pero no sé qué es; los actores resultan «creíbles», el argumento es bastante sólido y todo parece bastante en orden. Entonces, ¿Qué está fallando?

Cuando nos asalta esta duda, normalmente el ritmo suele ser el culpable. El ritmo, o tempo como queramos llamarlo, debe estar en comunión con el resto de los elementos de la escena, y por elementos entiéndanse los actores, fotografía y banda sonora si la hubiese, puesta en escena e incluso ambientación. El ritmo de nuestro personaje no debe pelearse con el resto de engranajes de la secuencia, tenemos que encontrar un equilibrio para que forme parte de un todo.

Pensemos en referentes que tenemos tan presentes como por ejemplo la popular serie de TV «Friends«. ¿Por qué funcionaba tan bien? ¿Por qué las secuencias resultaban tan cómicamente efectivas? Aparte de porque había un gran trabajo de interpretación y dirección actoral, el responsable de ésto es, una vez más, el ritmo. ¿Os imagináis a los personajes de Chandler o Joey, por poner un ejemplo, haciéndose la puñeta cada uno a un ritmo diferente? ¿O a Marlon Brando en «El último tango en París» comportándose como Jim Carrey en «La máscara«? ¿No, verdad? No tendría ningún sentido.

¿Qué claves existen para no distanciarnos del ritmo de nuestro personaje y del marco en el que está? Sobre todo, hacer un exhaustivo análisis de la persona que vamos a interpretar y entender cada parte de la historia que vamos a mostrar al público. Cada parte, cada coma, cada acción, debe estar perfectamente asimilada por nosotros para finalmente, cuando oímos el «ACCIÓN» o entramos en escena, nos sintamos que formamos parte de un todo. No somos cabezas parlantes independientes, somos parte de algo, y sin nosotros, sin un trabajo bien hecho, nada tiene sentido. De la misma forma, que sin el resto de elementos que componen la escena, nuestro trabajo carece de sentido.